María Luz Piriz y Silvia Castellón leyendo textos del libro recientemente publicado por el Fondo Editorial de la Pcia. del Chubut "Saltando la soga".
La poesía
ETÉREA
las almas de los muertos
no se preocupan por ocupar lugares de privilegio
son sólo
lucecitas libres
son viento lluvia día y noche
no pelean no gritan no tienen miedos
sus días son eternidades luminosas
sin frío ni calor
no compiten por esto o aquello
hay despojo
su etérea imagen
como la de las hojas que caen en otoño
se mece en el viento
están siempre aquí y allá
viendo la perspectiva de los sueños ajenos
de aquellos que sí compiten
y gritan y pelean
y buscan en todo
lugares de privilegio
las almas de los muertos
son sólo
lucecitas libres
las almas de los muertos
no se preocupan por ocupar lugares de privilegio
son sólo
lucecitas libres
son viento lluvia día y noche
no pelean no gritan no tienen miedos
sus días son eternidades luminosas
sin frío ni calor
no compiten por esto o aquello
hay despojo
su etérea imagen
como la de las hojas que caen en otoño
se mece en el viento
están siempre aquí y allá
viendo la perspectiva de los sueños ajenos
de aquellos que sí compiten
y gritan y pelean
y buscan en todo
lugares de privilegio
las almas de los muertos
son sólo
lucecitas libres
S. C.
El cuento
(leyenda)
EL VIENTO DEL OESTE
Nació con los ojos abiertos y con un gesto de asombro en su carita, amoratada por el sufrimiento del parto.
Pero no lloró.
La Machi dijo que era una mala señal, que la niña estaba viendo cosas que no iba a poder soportar, que en su cuerpito se iba a meter todo el dolor de su pueblo.
Pero no lloró.
Creció jugando y aprendiendo como todos los chicos de la tribu.
Cuando se escucharon ruidos de galopes de caballos y de los sables y de las voces de mando de los huincas, empezó a llorar y no paró nunca más.
Aún cuando separaron la cabeza de su cuerpo, con un certero sablazo, siguió llorando.
Todavía hoy se la escucha llorar, desde el oeste.
Algunos hombres blancos, que no saben oír, dicen que sólo es el viento.
Nació con los ojos abiertos y con un gesto de asombro en su carita, amoratada por el sufrimiento del parto.
Pero no lloró.
La Machi dijo que era una mala señal, que la niña estaba viendo cosas que no iba a poder soportar, que en su cuerpito se iba a meter todo el dolor de su pueblo.
Pero no lloró.
Creció jugando y aprendiendo como todos los chicos de la tribu.
Cuando se escucharon ruidos de galopes de caballos y de los sables y de las voces de mando de los huincas, empezó a llorar y no paró nunca más.
Aún cuando separaron la cabeza de su cuerpo, con un certero sablazo, siguió llorando.
Todavía hoy se la escucha llorar, desde el oeste.
Algunos hombres blancos, que no saben oír, dicen que sólo es el viento.
M.L.P.
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